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Corrí a un centro comercial ubicado en una plaza principal de Praga para entrar al orinal, rápidamente después de buscar a vuelo de pájaro el sitio donde estaba el baño, sin tener suerte, pregunté a un vigilante dónde quedaba, este con sorna de perro viejo me señalo con su índice de la mano derecha: allá.
Y allá
fui corriendo y simultáneamente abriéndome la bragueta para no perder tiempo e
iniciar el desarrollo de mi propósito.
Al
entrar al cuarto de orinales por ir agachado adelantando el trabajo, me
estrelle contra un tipo de aspecto asiático, un poco fuera de la media que
conozco, alto y corpulento. ¡Excuse me!
Y seguí directo a un orinal que había visto libre. Pero ¡Oh sorpresa! A la
altura de la mirada que iba levantando, me encontré con unos pies femeninos,
seguí subiendo mi mirada y me fui encontrando con una figura a tamaño real que
me “observaba” con una sonrisa y una cámara de fotos a punto de disparar. Me
llamo la atención y detuve mi acción, esa amenaza inminente me llevo a levantar
la mirada totalmente para ver alrededor.
Gire
mi cabeza y fui encontrando otras imágenes de mujeres a tamaño real, con un
espray en su mano, con una linterna, tapándose la nariz, con un metro, todas
con la misma mirada de gesto burlón, lastimero y con cierto desprecio.
Después
de un esfuerzo para abstraerme de esas miradas que me cortaron momentáneamente
mí acción, pude iniciar por fin mí acción. Una vez terminada salí corriendo a
tomar el bus que me llevaría a Berlín.
Un
viaje cómodo, rodeado por bellos paisajes en esa parte fronteriza entre la
República Checa y Alemania, el cual estaba arropado por un brillante sol
primaveral.
La
única parada que hizo después de un par de horas de viaje fue en Dresden,
ciudad bombardeada innecesariamente, está mucho más, porque ya estaba previsto
el fin de la Segunda Guerra Mundial y
dos meses antes de la firma, parece ser que no había sido suficiente el
ejercicio de barbarie de los aliados y la bombardearon.
El
bus continúo su camino entre las calles de Dresden. Desde mi amplia ventana alcanzaba
a observar algunas bellas edificaciones a la orilla de un río, cuando de pronto
en un trancón veo muy cerca de mi ventana un bus verde con doble cabina, el
cual tenía un vagón con una angosta tira-ventana,
de no más de quince centímetros de ancha. ¡Oh sorpresa! Era un auto que
transportaba presos. Tenía una cabina para el conductor y otra para los
guardias, y en el vagón cada preso iba en su propia pequeña celda andante.
Me
quede mirando fijamente el bus, modelo que nunca había visto y de pronto por
esas tira-ventana me encuentro con una mirada, luego con otra y otra, eran los
presos que seguramente los llevaban a alguna diligencia judicial o médica o que
los cambiaban de sitio de reclusión.
Uno
fumaba, otro trataba de tragarse el mundo con su mirada habida de beber
libertad, otro miraba con rabia por encontrarse allí, otro con una sonrisa socarrona,
en fin, fueron tantas miradas en tan poco tiempo que es difícil de recordarlas
a todas.
Lo
que si recuerdo, es que llegó un momento que para mí era casi imposible sostener
mi mirada directamente a sus ojos, ya que expresaban tantas cosas, comprensible
por su situación. Seguimos viajando por unos minutos de manera paralela y ya
con mi mirada asfixiada, empecé a buscar refugiarla en otros ojos de alrededor
sin tener fortuna.
Por
fin después de unos segundos eternos de buscar encontré un paisaje con un bello
lago donde algunas personas hacían una siesta, otras dialogaban, otras jugaban.
Aquellas miradas en libertad andaban pérdidas viendo todo y nada.
¡Fue
la forma de liberarme de las miradas intrigantes de aquel día!