El Obispo, luego de la presentación del informe de Recuperación de la Memoria Histórica,
Guatemala Nunca Más -REMHI- y enunciar que ya se tenía el inventario de la
barbarie contra la sociedad guatemalteca, expresó: <<Creo que necesitamos empezar a trabajar otro pequeño
proyecto>>, un nuevo informe sobre los <<autores intelectuales>>
de las atrocidades cometidas durante la guerra. Sin saberlo estaba
profiriendo su propia sentencia de muerte.
Sólo transcurrieron 48 horas para que las “fuerzas
oscuras” ejecutaran la acción y le asestaran el golpe mortal a monseñor Juan José
Gerardi Conedera, en la iglesia de San Sebastián, en pleno centro de Guatemala,
a tan sólo dos cuadras del lugar donde operaba el EMP (Estado Mayor
Presidencial), encargado de custodiar la seguridad del Presidente -para ese
entonces, 26 de abril de 1998, Álvaro Arzú Irigoyen-, una de las instituciones
con más denuncias por violación de los DDHH en el marco del conflicto armado
interno.
El libro que lleva el título de este artículo, escrito
por Francisco Goldmand, es un texto de investigación para esclarecer los
motivos y perpetradores de tan horrendo crimen que conmovió a la sociedad
guatemalteca y a la de muchas partes del mundo, hace justo dos décadas.
Asimismo conllevó a conocer mejor lo que había sucedido en Guatemala en tiempos
de la guerra.
De la orgía de sangre que bañó a Guatemala –especialmente
muertes- durante la guerra que duró 36 años, se estima según la Comisión de Esclarecimiento Histórico
que el 93% fueron realizadas por las fuerzas armadas y el 7% por la guerrilla, razón de sobra para
que las miradas por el asesinato de monseñor se dirigieran a las elites de ese
cuerpo policial. Pero el brazo ejecutor no es el único culpable: el mapa del
genocidio coincide, con la ubicación actual de buena parte de las empresas
multinacionales que explotan minerales en ese país.
Pasada toda esa tragedia en esa nación
centroamericana, la institucionalidad pactó luego de los Acuerdos de Paz
firmados en 1996, un silencio de 50 años para poder desclasificar información
sensible a sus intereses, argumentando que la sociedad guatemalteca no estaba
preparada para conocer todo lo que pasó en el conflicto. De esa forma el
silencio garantizaba la impunidad y el olvido. Monseñor se quería adelantar y
los responsables de los crímenes garantizaron que el silencio siguiera.
En realidad, quienes estuvieron involucrados por fuera
de la legalidad desde las instituciones estatales, no querían que se conociera
la verdad, porque verían seriamente afectados sus intereses económicos y políticos.
Afortunadamente, las víctimas sobrevivientes a partir de procesos judiciales,
han logrado desclasificar documentos y planes militares que han permitido
conocer la política contrainsurgente y de genocidio que se implementó durante
la guerra.
Sin embargo, la falta de voluntad política del Estado
para la búsqueda de la verdad, la justicia y la recuperación de la memoria,
contribuyó a abrir un nuevo estadio de violencia en ese país centroamericano,
afectando nuevamente a la sociedad. Hoy Guatemala cabalga hacia el abismo institucional,
está al borde de colapsar, encontrándose que la guerra no era el principal
problema del país, sino los problemas estructurales, el racismo, la impunidad y
la corrupción.
Ese capítulo de la historia de Guatemala parece estar
reeditándose en Colombia. Todos los esfuerzos de los responsables de la
tragedia colombiana parecen estar dirigidos a que haya un solo culpable que se
eche a cuestas todo lo malo que ocurrió durante la violencia: ese actor social
es la guerrilla. Los principales
responsables de la tragedia colombiana se han victimizado y con ello están
borrando su participación y sus culpas. La jugada maestra es doble: se exoneran
de culpa y señalan al nuevo culpable de todo. Total, quedan limpios y, además,
hacen de jueces implacables que juegan el papel de redentores, con los
dividendos políticos que se derivan de poder otorgar la salvación.
Ahora solo queda el paso siguiente, que puede ser
similar al que se dio en Guatemala: borrar de la faz de la tierra a cualquiera
que pueda poner en duda la verdad construida desde los arcontes del poder que
dicen cual es la memoria y verdad, como almacenarlas e interpretarla, para
luego ponerla a circular. Total el campo está abonado hay unos malos que deben
ser castigados y de paso habrá una sola verdad: la verdad como hija legítima
del poder.
El arte del
asesinato político, guardada las
proporciones, podría ser el equivalente del texto de Gabo: Crónica de una muerte anunciada. El pueblo sabía lo que iban a
hacer los hermanos Vicario y no reaccionó. Es así como los principales
responsables de la violencia en Colombia se frotan las manos, al ver que como
van las cosas, hay una candidez inusitada por parte de la población y no se hará
justicia por sus actuaciones, de tal manera que se preparan para otros 200 años
más de corrupción.
A 70 años del magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán, 9 de abril de 1948:
¿Quién mató al negro
Gaitán?
El arte del
asesinato político en Colombia.