sábado, 5 de mayo de 2012

El Árbol de la Trinchera

La muerte inesperada del viejo árbol de caucho que se fue al suelo, en medio de un aguacero prematuro a finales de este verano, me refrescó algunos recuerdos de la infancia. Quizás porque el invierno llegó sin previo aviso, el árbol fue sorprendido cuando, generoso, entregaba sus semillas a las tenues brisas de enero. Curtido en múltiples batallas, esta vez no pudo resistir la invitación de la tierra y descendió hasta ella en un gigantesco abrazo que cubrió un amplio espacio de la vía. Este vigía, en su atalaya, había contemplado la historia de la ciudad, desde la carrera 11 con calle 9, en la entrada al barrio Juan XXIII.

En 1977 se desató un Paro Cívico Nacional. El 14 de septiembre fue un día de lucha contra el abandono, la falta de servicios públicos y una larga lista de necesidades insatisfechas. Todos los sectores sociales expresaban la frustración y la rabia que hasta ese entonces habían contenido.  El gobierno tenía miedo y optó por el camino que con más frecuencia utiliza, la represión. 

Cerca al lugar del árbol, los contratistas habían amontonado balastro y piedra para emparejar la vía frente a Coldeportes.

La gente pedía que escucharan sus reclamos y para hacerse oír -y ver y sentir- se tomaron las calles de varias ciudades del país, Florencia no fue la excepción.

El caucho era atalaya y trinchera frente al cuartel de la policía, que queda a unos 100 metros hacia abajo, en la dirección del centro de la ciudad. Los manifestantes utilizaron las carretillas de la construcción para acercar piedras hasta la base del árbol desde donde con hondas y caucheras rechazaban los avances de los agentes policiales que disparaban andanadas de salva, al parecer, combinados con balas de verdad, a juzgar por los resultados.

Los manifestantes prendían llantas y las arrojaban rodando en dirección al cuartel. Abajo, después del cuartel de la policía, estaba una estación de gasolina y los policías temían que se produjera un incendio y explosiones que los afectaran. Entonces esperaban las llantas encendidas para tumbarlas e interrumpir su avance; mientras tanto, una lluvia de piedras y cascajo llegaba por los aires, lanzadas por las hondas y caucheras de los manifestantes atrincherados en el árbol de caucho. La lucha continuó hasta la tarde y el humo, los gritos del enfrentamiento, la presencia de las gentes, el desorden, uno que otro herido y las noticias de que en otras partes de la ciudad hubo muertos, me hacen pensar hoy, en una escena de guerra.

Todo lo que se tenía que hacer para que hubiera energía eléctrica, agua, alcantarillado, escuelas y vías. Hubo resultados nefastos, nunca se sabrá toda la verdad, porque el único posible testigo no podía contar todo lo que vivió aquella tarde. Ahora acaba de morir en este primer anuncio de la llegada del invierno a la Amazonia y ya no será más un bastón para la memoria de los que vivimos esos días de la historia local.

Después llegó el desarrollo, el árbol fue sitiado por casetas y sus raíces fueron cubiertas con cemento. Esta vez no fue la voracidad por el caucho lo que limitó su vida. De nuevo el descuido y la incomprensión de la cadena de la vida se llevaron un viejo amigo que bien pudo resistir otros muchos veranos más y, sin duda, hubiera sido testigo de otros muchos hechos para buscar los equilibrios que la vida hace necesarios.

El árbol dio todo de si hasta hace unos cuantos días, murió en su ley, prestando un servicio, ofreciendo la gratificante sombra a los andantes que lo cruzaban, a quienes se pararon a su alrededor para avivar fiestas y en los últimos años, en diciembre engalanar la ciudad con sus verdes luces que refrescaban las noches de profundo trópico.

El árbol de la Trinchera ha muerto en parte por el abandono. Su historia se podrá escribir de mil maneras, lo cierto es que ya tiene un lugar en la historia de Florencia, ojala allí se siembre un nuevo árbol que recoja su legado y se recuerde su vida y obra, para que no olvidemos que sucedió en ese lugar y nos sirva de referente para construir una sociedad crítica, pacífica y transformadora.   

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